Autora: Yaysis Ojeda Becerra.

Currículum académico: Yaysis Ojeda Becerra (Santa Clara, 1977). Comisaria, crítica e investigadora de Artes Visuales. Licenciada en Estudios Socioculturales por la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas, Cuba (2006); y Máster en Cultura Latinoamericana por el Instituto Superior de Arte (La Habana, Cuba, 2010). Ha obtenido los premios: MemoriaCentro Pablo de la Torriente Brau, La Habana (2012); V Conferencia de Estudios Socioculturales, Casa Investigaciones Samuel Feijóo, Villa Clara (2009); y Beca de creación Juan Francisco ElsoAHS Nacional, La Habana, (2008). Gestora del proyecto multidisciplinario sobre sexualidad femenina Sin Interlope (2008); del proyecto Comunitario Entre cipreses y girasoles (Hospital Psiquiátrico VC, 2008-2012); y del proyecto de promoción del arte a través de las redes sociales Hellou ART. Colabora con diversas revistas de Arte y ha publicado los libros: Prontuario de Arte Joven, Editorial Sed de Belleza, VC, Cuba (2014); y El Aullido Infinito (Testimonios y ensayos de Art Brut), Editorial Pablo de la Torriente Brau, La Habana, Cuba (2015).

Resumen: Breve texto que esboza las producciones iniciales del artista brut Arturo Larrea Cárdenas. Uno de los primeros artistas cubanos reconocidos dentro de esta expresión artística y cuya obra continua siendo un espacio lleno de enigmas y contradicciones. Larrea padece de esquizofrenia desde muy joven, pero ha seguido el camino del arte, como guía para explorar su universo personal y aquella realidades que considera como ciertas. Su obra es un cúmulo de experiencias, reflexiones y zonas emotivas donde confluyen las preocupaciones de un sujeto marginado por su condición frágil e ineludible.

Abstract: Brief text that outlines the initial productions of artist Arturo Larrea Cárdenas. One of the first Cuban artists recognized within this artistic expression and whose work continues to be a space full of enigmas and contradictions. Larrea has suffered from schizophrenia since he was very young, but has followed the path of art as a guide to explore his personal universe and those realities he considers to be true. His work is a cluster of experiences, reflections and emotional areas where the concerns of a subject marginalized by their fragile and inescapable condition converge.

Palabras clave: art brut, esquizofrenia, artista brut cubano, arte marginal, artista outsider.

Keywords: brut art, schizophrenia, Cuban brut artist, marginal art, outsider artista.

Texto:

 

Conocí a Arturo Larrea Cárdenas (La Piedra, 1980) en el Hospital Psiquiátrico de Villa Clara (Cuba).Fue en mayo del 2008, durante la primera sesión del taller de arteterapia del proyecto Entre cipreses y girasoles[1](2008-2012). Me había tomado un par de meses organizarlo, y uno de mis principales objetivos con este proyecto era la búsqueda de talentos artísticos en pacientes con trastornos psiquiátricos. No existían estudios cubanos hacia esta arista de las artes visuales; era la oportunidad de investigar la temática a fondo y Arturo fue el principal descubrimiento y la experiencia más fructífera.

Padecía de esquizofrenia y me sorprendió desde el inicio su inclinación hacia las artes plásticas; su destreza por el dibujo, e inusual concepción del color desde una postura caótica que se correspondía a un particular orden cromático; Arturo encontraba en la plástica un modo de expresión y el sentido a su vida. De formación autodidacto, seguía sus instintos para pintar y concebir las composiciones. Vivía en el campo alejado del movimiento citadino, y sin apenas otros contactos que su reducida familia y un par de vecinos que encontraba asiduamente durante las visitas a la iglesia más cercana. Definitivamente Arturo era un artista para apoyar y seguir de cerca en su desarrollo.

Empecé a estudiar sus obras y preparar sus primeras muestras de importancia en la sala de arte del Museo Provincial de Historia de Santa Clara, y luego en el espacio expositivo del propio Hospital Psiquiátrico; hasta poderlo insertar en las muestras colectivas de jóvenes creadores de la ciudad, que tuvieron lugar en la Galería Provincial de Arte y la Galería Pórticos de la propia Asociación Hermanos Saíz. Sus obras transitaban por diferentes periodos de mayor y menor producción, que dependían por lo general de las diferentes facetas de la enfermedad, donde se sucedían ciclos interminables de renuncia y reconciliación con el arte; en esa relación contradictoria de amor y odio llegaba a la destrucción de series completas, para luego volver a la pintura desde el arrepentimiento; una y otra vez cedía a la entrega con el arte, a la liberación de sus fueros internos, de sus demonios y ángeles.

En sus producciones iniciales resultaba apreciable, su paso por dos etapas: La primera, que el propio Arturo denominó «Foco rosa» por la notable insistencia en el color rosa, aunque es el negro el que predominaba para acentuar atmósferas que entrecruzaban figuraciones y manchas en formas indefinidas y perturbadoras. Estas series de acento erótico, y por lo general realizadas con técnicas mixtas sobre cartulinas, abordaban las relaciones afectivas en sus diversas variantes y recreaban retratos femeninos de fisonomías similares a la de su madre. Con los bustos desnudos o las escenas de amor que dibujaba, pretendía mostrar la belleza del cuerpo femenino y del acto sexual. Durante el proceso de ejecución de las obras se hacía evidente la espontaneidad del trazo suelto, y la delineación de leves siluetas que luego envolvía en aguadas de tonos opacos, con la intención de ocultar lo descifrable. Sus fantasmas podían quedar expuestos al menor descuido, algo a lo que no estaba dispuesto; de ahí que las figuras humanas tan pronto aparecían o se disolvían en zonas abstractas que terminaban por prevalecer y cubrirlo todo bajo un manto oscuro, turbio; en una dualidad que contribuía a la integración y coherencia visual de las obras.

En la segunda etapa, Larrea enfatizaba en el tema de la religión cristiana y dedicó sus obras a Cristo para predicar «la palabra». En su «fe redentora» encontraba también fuerzas para afrontar su enfermedad, autocontrolarse, conocerse mejor y volver con mayor constancia a la pintura. Para Larrea, la Teología era la ciencia que estudiaba las relaciones con Dios, sus atributos y perfecciones, mientras la Apologética exponía las pruebas y fundamentos de la verdad de la religión cristiana; Arturo relacionaba a ambas por la defensa de la fe que tienen en común, y de ahí que clasificara sus pinturas como «Apologetic art»: Teología que defendía la fe cristiana a través del arte. Durante este período se apreciaban notables cambios en cuanto al soporte —todo en lienzo—, el formato y las técnicas. Arturo optó definitivamente por trabajar con óleo y acrílico sobre telas de mediano y gran formato; y aplicaba el color con mayor osadía y viveza sin abandonar el acostumbrado uso del negro. Empleaba empastes a golpe de espátulas[2] o espesas pinceladas, para resaltar detalles de imágenes y áreas abstractas que evidenciaban el drama existencial del autor. Incorporaba además, frases bíblicas o palabras, también en pastosos pero legibles trazos que reforzaban el sentido religioso de la pintura. Se hacen frecuentes los autorretratos, y el paisaje rural y hostil como contexto, empieza a tomar protagonismo, ya sea en segundos planos o en piezas puramente paisajísticas, pero siempre sujetas a su reinterpretación de la realidad circundante; una realidad vista por ese prisma agónico que se revelaba en sus lienzos y cartulinas. Resultaba curioso, como por esta época, el artista gustaba de aprovechar el polvo, que con el pasar de los días se acumulaba sobre la superficie de las obras, hasta considerarlo parte del propio acabado.

Desde la distancia de su humilde casa en el poblado de Jiquiabo (Santo Domingo, Villa Clara, Cuba), Arturo Larrea sigue mirando la vida pasar; aguarda con la quietud del que observa, y encuentra la paz entre la tranquilidad del monte y el color de sus lienzos que en continua evolución adquieren nuevos matices y líneas estilísticas. A pesar de la intermitencia que le provocan sus crisis de salud, sabe que la creación es su único modo de experimentar el placer del autorreconocimiento, de sentirse parte de “algo” tan universal y emotivo, como lo es el Arte; de extender las alas y volar, sin mirar hacia ese abismo interminable que lo aísla y condena.

Notas:

[1] Tuvo lugar en el Hospital Psiquiátrico Provincial Docente de Villa Clara, Dr. Luis San Juan Pérez, y vinculaba la manifestación plástica a la propia cotidianeidad del recinto hospitalario, ampliando el espectro de ejercicios de una arteterapia tradicional con varias acciones plásticas que perseguían como objetivos: Incentivar el interés alrededor de las artes plásticas y contribuir a la formación del gusto estético y el mejoramiento de la calidad de vida de pacientes y doctores; además de valorar la capacidad creativa en una muestra determinada de pacientes esquizofrénicos y analizar significativas expresiones plásticas. Se realizaron talleres literarios y de creación, exposiciones dentro y fuera del recinto hospitalario, concursos, donaciones de obras de arte al hospital y de una pintura mural.

[2] Las espátulas que utiliza fueron elaboradas por él mismo, usando el plástico de una caja que cortaba a la medida deseada y moldeaba al vapor de una olla de presión.